El "CATT" siempre luchando por los derechos de todos los compañeros/as

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El Colectivo Autónomo de Trabajadores del Transporte "CATT" lucha para que los familiares de todos los compañeros/as puedan entran a formar parte de esta gran familia que es Global Salcai Utinsa

¿Dónde está la unidad del Comité de Empresa en Salcai Utinsa?

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Reglamento del viajero

INFORMA CATT

INFORMA 1/01-2020

INFORMA 1/01-2020

SENTENCIA CONDENATORIA A GLOBAL SALCAI-UTINSA S.A.

SENTENCIA CONDENATORIA A GLOBAL SALCAI-UTINSA S.A.

LISTADO DE TELÉFONOS GLOBAL SALCAI-UTINSA S.A.

LISTADO DE TELÉFONOS GLOBAL SALCAI-UTINSA S.A.

LOS SINDICATOS Y LAS EMPRESAS

LOS SINDICATOS Y LAS EMPRESAS

RESPUESTA DEL CATT AL CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DE SALCAI-UTINSA S.A.

RESPUESTA DEL CATT AL CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN DE SALCAI-UTINSA S.A.

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CANDIDATURA CATT ELECCIONES

CANDIDATURA CATT ELECCIONES

Nuevamente, desde nuestra organización nos vemos en la obligación de realizar una llamada a la reflexión en puertas de un nuevo proceso electoral, que marcará la evolución futura de los derechos e intereses laborales titularidad del colectivo de trabajador@s de la empresa Salcai-Utinsa, S.A.

Por responsabilidad con los compromisos asumidos por esta organización, en respuesta al apoyo y respaldo recibido por el conjunto de trabajador@s, que aun no siendo afiliad@s nos brindaron su confianza, y en definitiva, por el interés general de la plantilla, el CATT concurre a las inminentes elecciones sindicales con el objetivo de continuar con la incansable lucha iniciada años atrás, para preservar los espacios de libertad y reivindicación necesarios para garantizar el respeto del conjunto de derechos laborales que tenemos reconocidos legal y convencionalmente, y cuyo cumplimiento exige de este colectivo una vigilancia y supervisión constantes para contrarrestar los incesantes “DESCUIDOS Y DEVANEOS” en que incurren la empresa y otras organizaciones sindicales en cuanto a su aplicación e interpretación.

Esa labor es asumida por el CATT sin apartar la vista de la realidad socio-económica actual, lo que nos ha obligado a “echar el freno” en determinadas reivindicaciones laborales para preservar el principio de estabilidad en el empleo, pero NUNCA CON RENUNCIA DE DERECHOS PARA EL COLECTIVO DE TRABAJADOR@S, sino mero retraso en la aplicación y ejecución del conjunto de derechos laborales reconocidos.

A fecha actual, pese al sacrificio realizado por la parte social, sólo se ha obtenido la callada empresarial por respuesta, sin manifestación alguna de voluntad tendente a restaurar entre las partes el equilibrio cedido, por lo que ha llegado el momento de reactivar esos derechos e intereses legítimos del colectivo de trabajador@s, siempre desde la coherencia y con absoluta LEALTAD y TRANSPARENCIA, labor compleja para la que esta organización precisa de la colaboración de todo el colectivo, cuyo interés y bienestar son la causa incondicional del esfuerzo de nuestro quehacer diario.

En definitiva, como toda relación reciproca esta organización ofrece como aval al colectivo de trabajador@s, su entrega, esfuerzo y compromiso, poniendo a su disposición el adecuado asesoramiento jurídico, debiendo recordar los siguientes logros obtenidos:

Movilidad en Vacío, Actualización Salarial, Complemento Personal Garantizado, Incentivo de Asistencia Continuada…

sin olvidar los conseguidos en la defensa de derechos individuales,

y simplemente espera:

que el compromiso, la autenticidad, la transparencia y la tenacidad

guíen vuestra elección en las próximas votaciones previstas para el 02.07.15, renovando el apoyo a esta organización sindical que trabaja por y para el colectivo de trabajador@s de la empresa Salcai-Utinsa, S.A.

“EL catt LA FUERZA DE LA RAZÓN”

JUBILACIÓN PARCIAL

JUBILACIÓN PARCIAL

lunes, 30 de abril de 2012

El origen histórico del Día Internacional de los Trabajadores.

"El catt con la FUERZA DE LA RAZÓN"


¿QUÉ COSA CONMEMORAMOS EL 1º DE MAYO?


CANARIAS SEMANAL

La fiesta del 1 Mayo está históricamente unida a una vieja reivindicación de la clase trabajadora: la conquista de la jornada legal de ocho horas de trabajo. Tal vez hoy esa conquista pueda parecer modesta, aunque con los tiempos que corren quizá esté próximo el día en que los trabajadores tengan que luchar duramente de nuevo para reconquistarla. Pero la verdad es que los asalariados europeos y americanos tuvieron que recorrer un penoso camino de lágrimas, sangre  y sufrimientos  sin cuento para, finalmente, lograr imponersela al estado y a los patrones. 
         
      Eduardo de Guzmán, autor de este articulo, fue un conocido  periodista y escritor español que falleció hace 21 años. Guzmán, un hombre de ideología anarcosindicalista, tuvo muy pronto claro que su vocación estaba encarrilada hacia el ejercicio de la profesión del periodismo, aunque también se ganara la vida como un escritor de mucho prestigio. Fue redactor-jefe del diario madrileño La Tierra, para el que realizó el famoso reportaje sobre la masacre de Casas Viejas. En 1935 pasó a la redacción de La Libertad hasta comienzos de la guerra y también de Frente Libertario. En 1937 estuvo en la dirección de Castilla Libre. El 1 de abril de 1939 fue apresado en Alicante y pasó al campo de concentración de esa misma ciudad y después a la cárcel de Yeserías. En 1940 lo condenaron a muerte pero fue indultado en 1941, recuperando la libertad en 1948. Eduardo de Guzmán murió en 1991.

 La Revolución Francesa, pese a sus numerosas conquistas, mantuvo en pie muchas instituciones del ancien regime, del régimen feudal. La emergente burguesía, -es decir, la nueva clase dominante - lejos de acabar con todos los privilegios de la nobleza los conservó para su propio disfrute. Aunque proclama los "derechos del ciudadano", se guarda muy mucho de hacer lo mismo con los de los trabajadores, cuyas condiciones de vida no varían sustancialmente. Los encendidos cantos a la libertad no suenan para aquellos que sujetos a la ley de hierro del salario, se ven obligados para no perecer. Mientras la burguesía anuncia alborozada el advenimiento de un mundo feliz, los asalariados franceses, alemanes, austríacos, ingleses o americanos carecen de razones para sentirse satisfechos, ya que sus condiciones de trabajo son peores que un siglo atrás   Hasta 1848 no consiguen arrancar a los patronos una limitación de los horarios laborales, y aun entonces la duración normal de la jornada de trabajo se fija en doce horas.

               Los cuarenta años siguientes agudizan las luchas sociales con avances y retrocesos, victorias y derrotas para el proletariado, especialmente el industrial.  La constitución de laAsociación Internacional de Trabajadores y su disolución, la Comuna de París y la represión que la sigue 20 marcan hitos importantes en el camino seguido por los obreros.  De vez en cuando, pagándolas siempre al precio de dolorosos sacrificios, consiguen algunas victorias.  Mejora la condición de los siervos y los trabajadores logran la libertad precisa para organizar algunos sindicatos. 


        La esclavitud desaparece oficialmente en Norteamérica en 1865, mientras en España su abolición data de 1873; se fija en algunas naciones la edad mínima para que los niños puedan empezar a trabajar y se prohíbe que las mujeres participen en determinadas actividades peligrosas; la jornada de trabajo disminuye de doce a diez horas y se lucha abiertamente por la de ocho.  Cuando en 1889 se constituye la II Internacional, uno de sus primeros acuerdos es declarar el Primero de Mayo día de lucha para su obtención, al mismo tiempo que servirá para conmemorar el sacrificio, entonces muy reciente, de los llamados "mártires de Chicago".




LA LUCHA DEL PROLETARIADO ESTADOUNIDENSE



          Las luchas sociales revisten siempre en los Estados Unidos un grado extremado de virulencia.  En su dura competencia con el capitalismo europeo, el americano disfruta de dos grandes ventajas: un territorio extenso, poco poblado, con enormes riquezas naturales y una mano de obra abundante, barata, casi regalada.  Los estados agrícolas del Sur disponen de varios millones de esclavos; los industriales del Norte, de ingentes masas de inmigrantes Irlandeses, alemanes e italianos que, huyendo del hambre y la persecución en sus respectivos países, buscan al otro lado del Atlántico una soñada tierra de promisión.  Los capitalistas explotan por igual a todos y la parte de los salarios no pagados - la "plusvalía", en términos marxistas - constituye la base más sólida para su rápido crecimiento y expansión.


          Cuando la guerra de Secesión libera nominalmente a los negros, el Ku-Klux-Klan - que apalea, lincha y quema a los que pretenden hacer valer sus Ilusorios derechos - basta para que las gentes de color continúen sometidas a condiciones inhumanas de existencia.  Algo parecido realizan con los obreros blancos del Norte otras organizaciones tan ilegales y siniestras como el Klan, cuya misión consiste en proteger a los empresarios y organizar el esquirolaje en gran escala.  Tan pronto como estalla un conflicto laboral, los patronos disponen con facilidad de numerosos individuos especializados en lograr el fracaso rotundo de cualquier paro.  No son auténticos esquiroles - es decir, obreros a quienes la necesidad fuerza a trabajar en las condiciones que sea -, sino indeseables, maleantes, vagos y matones que se hacen pagar a buen precio sus servicios. 

 
         Son muchas las organizaciones obreras que en diversos puntos de Norteamérica tienen que disolverse sin haber logrado ninguno de sus objetivos.  Como procedimiento de lucha, nueve sastres de Filadelfia crean en 1869 una sociedad artesanal de carácter secreto en un principio denominada Noble Order of the Knights of Labor.  "Los Caballeros del Trabajo"adquieren rápida difusión en toda la costa atlántica.  Entre 1870 y 1871 aparece la American Federatlon of Labour, que propugna un socialismo pacífico y moderado y en la que se encuentran fundamentalmente los obreros calificados.  Para entonces hace ya diez años que lleva funcionando la Liga de las Ocho Horas, que tiene su origen en Boston y se difunde por los estados del Medio Oeste.    Tras vencer una serie de dificultades, las distintas tendencias y organizaciones obreras llegan a un acuerdo para declararse en huelga el 1 de mayo de 1886 a fin de conseguir sin mayores demoras el acortamiento real y efectivo de sus horas de trabajo.



CHICAGO

         En Chicago, cuyo vertiginoso crecimiento durante el segundo tercio del siglo XIX la convierte en metrópoli del Medio Oeste, los trabajadores tropiezan con obstáculos casi insuperables en sus esfuerzos organizativos.  La ciudad es, sobre todo a partir del final de la guerra civil, escenario de las mayores realizaciones industriales y de los más fabulosos negocios.  También una de las colectividades humanas más violentas, corrompidas y con menor respeto por los Derechos e incluso la vida física de las personas.  Tiene el índice de criminalidad más elevado de la nación y mayor número de tabernas, salones de juego y lupanares que cualquier otra población americana.  La policía y la administración de justicia dependen de la administración municipal y ésta a su vez de los hábiles manejos de los mangoneadores electorales.  Todo el mundo parece sentir un ansia frenética  por enriquecerse, y quienes gobiernan la población la sienten con redoblado vigor y menores escrúpulos que nadie.  Esta situación hace posible que en esta época un inmigrante italiano, Big Jim Colosimo, se adueñe prácticamente de la política local y que años más tarde, auxiliado porJohnny Torrio y Al Capone -que le asesinarán para heredar sus negocios-, monte la más gigantesca organización criminal conocida en la historia.


          Para muchos millares de hombres y mujeres, el trabajo se inicia a las cuatro de la mañana y termina a las ocho de la noche.  Los grandes capitanes de industria, los gobernantes de la ciudad y aun de todo Illinois, la policía a su servicio y la gran prensa -amarilla y sensacionalista como en ningún otro punto de América- están férreamente unidos para aplastar las reivindicaciones proletarias, recurriendo para vencerlas a no importa qué procedimientos.  El más corriente y más eficaz es lanzar contra los obreros a las partidas de maleantes, que se hacen pagar sus servicios con la tolerancia y pasividad de las autoridades para sus fechorías.  El incipiente gangsterismo se convierte así en el mejor auxiliar de los patronos y en el peor enemigo de los trabajadores .


         Pese a todas las agresiones , los obreros, impulsados por la desesperación de sus condiciones de vida y trabajo, se unen para defender sus derechos y surgen diversos sindicatos metalúrgicos, textiles, de la construcción y transportes, que se mantienen en pie pese a sufrir constantes ataques.  Si suman muchos millares los trabajadores afiliados, destaca entre ellos un número relativamente pequeño, pero de intensa actividad, que sigue las doctrinas y tácticas de la entonces ya desaparecida I Internacional.  Predominan entre ellos los de origen germánico y escandinavo, aunque muchos hayan nacido en los Estados Unidos.  Son auténticos líderes obreros, de espíritu bien templado y formación intelectual muy superior a lo que desearían los capitalistas de Illinois.  Hablan con bastante elocuencia y escriben con toda claridad y precisión, polemizando con la prensa diaria en los dos semanarios de que disponen:"Arbeiter Zeitung", que dirige Auguste Spies, y "Alarm", a cuya cabeza aparece Albert Parsons.


         Todos los obreros sindicados de Chicago se disponen a secundar con todo entusiasmo la huelga general anunciada para el primero de mayo de 1886 en defensa de la jornada de ocho horas.  Pero antes de que llegue el día señalado para la huelga, una empresa capitalista inicia la lucha por su cuenta.  Son los dueños de la factoría McCormick, que despiden de golpe a 1.200 de sus obreros, porque se niegan a darse de baja en sus organizaciones, sustituyéndoles por varios centenares de individuos, en su mayoría maleantes y pistoleros.


LA HUELGA GENERAL DEL 1 DE MAYO DE 1886

       Cincuenta mil obreros abandonan el trabajo el día 1 de mayo de 1886, declarando la huelga general en Chicago.     A la sorpresa inicial de la extensión de la huelga, viene a sumarse en horas sucesivas la firmeza y serenidad de los obreros, que no están dispuestos a reanudar sus actividades y se mantienen pacíficos, sin hacer caso de las provocaciones, los insultos y las agresiones.

       Sin embargo, la patronal, impresionada y un tanto vacilante el primer día de paro, pasa veinticuatro horas después de una manera resuelta al contraataque.  Los esquiroles de la factoría McCormick, amparados y protegidos por la propia policía, atacan y apalean en plena calle a núcleos reducidos de huelguistas que forman piquetes en las cercanías de la fábrica, arrancándoles las pancartas que llevan y propinándoles una descomunal paliza.  Es el primer incidente de una lucha que no tardará en tener más amplias, dramáticas y dolorosas manifestaciones.

        En efecto, como protesta contra la agresión de que han sido víctima los trabajadores en huelga, los sindicatos organizan el 3 de mayo un mitin en las cercanías de la mencionada fábrica al que concurren varios millares de obreros.  Cuando está hablando Auguste Spies se abren las puertas de la factoría y salen unos centenares de esquiroles armados con barras de hierro que avanzan en actitud amenazadora sobre los auténticos trabajadores.  En el momento en que estos últimos se aprestan a la defensa aparecen grupos nutridos de la policía local que se interponen en actitud aparentemente pacificadora entre ambos bandos.  De pronto, sin razón ni motivo alguno, y sin que nadie acierte más tarde a explicar de una manera lógica lo sucedido, los guardias empiezan a disparar.  Lo hacen exclusivamente sobre los asistentes al mitin que, inermes y cogidos por sorpresa, se desbandan huyendo.  Al cesar las descargas, en el suelo quedan seis muertos y varias docenas de heridos, obreros en su totalidad.


       Para expresar su dolorida protesta por lo sucedido, los sindicatos organizan un nuevo mitin, ahora en la plaza de Haymarket, el día 4 de mayo de 1886.  Asisten más de quince mil obreros indignados por lo ocurrido la víspera en las proximidades de la fábrica McCormick.  Habla en primer lugar Albert Parsons, director del semanario obrero "Alarm", quien en párrafos vibrantes censura la actuación policíaca del día anterior.  Le sigue en el uso de la palabra el sindicalista Fielden.  Empieza a lloviznar en este momento y buena parte de los asistentes al acto, encabezados por el anterior orador, se dirigen a un local cerrado próximo para continuar el mitin.  Hasta este momento no se ha producido el menor Incidente y Fielden sigue hablando ante unos millares de personas que no hacen el menor caso de la lluvia que amenaza.



         Ciento ochenta policías, dependientes del municipio de Chicago, hacen su aparición entonces por una de las bocacalles de la plaza.  Armados de fusiles, con las armas en posición de disparo y en correcta formación, avanzan sobre la multitud para dispersarla a cualquier precio.  Sorprendente, inesperadamente, una potente bomba estalla en el centro de las filas policíacas, ocasionando terribles estragos.  Furiosos al ver caer a varios de sus compañeros, los restantes disparan una y otra vez contra los trabajadores, que escapan a la carrera o caen.  Cuando termina la breve y sangrienta refriega, se encuentran en tierra alrededor de sesenta personas entre muertos y heridos.



       ¿Quién fabrica, coloca, tira o hace estallar la bomba?  Para las organizaciones patronales, las autoridades locales y esencialmente la gran prensa sensacionalista de Chicago, los trabajadores en huelga, que pretenden de esta forma vengar los muertos de la víspera.  Pero aunque esta acusación se airea incensamente durante los meses posteriores y sirve de base a uno de los procesos más famosos de la vida de la ciudad, no logran probarla en ningún instante los centenares de investigadores, técnicos, detectives más o menos oficiosos, abogados y Jueces, ni encuentran un solo obrero que cediendo a las amenazas o a las promesas eche la culpa a sus hermanos de clase.



      Los acusados en un principio niegan siempre, con elocuencia y entereza, su participación activa o pasiva en el hecho.  Son hombres que no ocultan su manera de pensar y proclaman orgullosos sus ideas durante el juicio y al pie mismo de la horca, sin intentar en ningún instante obtener la simpatía o el favor de sus adversarios, actitud y conducta que sirve de aval a sus palabras.  Argumentan con fuerza que la huelga era pacífica, que sólo podían ganarla sin recurrir a la violencia, suicida cuando los obreros se hallaban totalmente desarmados, y que la bomba tiene que ser - es, sin sombra alguna de dudas - obra de un agente provocador, instrumento pagado de un plan meticulosamente trazado de antemano para justificar una dura represión que aplaste las organizaciones sindicales en la gran ciudad del Medio Oeste.




REPRESIÓN CONTRA LOS OBREROS

       La oligarquía de Chicago no desaprovecha la magnífica ocasión que el estallido de la bomba le proporciona para asestar un golpe de muerte al movimiento obrero.  La policía detiene a centenares de trabajadores, entre los que se encuentran todos los que han destacado en las luchas sociales de la ciudad, aunque una mayoría no hayan estado el día de los sucesos en la plaza de Haymarket.  Cuidadosamente selecciona entre los detenidos a los elementos más combativos y valiosos para encartarles en un proceso en el que se Juzgarán, más que los sucesos recientes, las ideas de quienes encabezan los sindicatos y cuya defensa de los intereses proletarios constituye una grave amenaza para los gigantescos negocios, la corrupción ambiental y el rápido enriquecimiento de determinados individuos.  El resultado es un juicio que levanta oleadas de indignación, pero que da los frutos apetecidos por quienes lo organizan y montan.

      Tras amañar toda clase de pruebas, la mayoría de las cuales no ofrecen la menor consistencia; presentar una serie de testigos falsos que incurren en constantes contradicciones ai enfrentarse con los acusados; seleccionar con un cuidado exquisito a los componentes del jurado para asegurar un veredicto condenatorio y orquestar una violenta campaña periodística contra los dirigentes obreros, a quienes se presenta como encarnación de todos los males, se inicia el juicio en un ambiente cargado y enrarecido.  

      Aunque en el curso de los debates queda demostrada la falta de pruebas contra los inculpados por lo ocurrido en la plaza de Haymarket, la sentencia final no ofrece dudas.  "Los que se sientan en el banquillo no se hacen ilusiones de ninguna clase y se lo dicen con serenidad y firmeza a quienes se disponen a condenarles. Este proceso -dice Albert R. Parsonsse ha seguido contra nosotros inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber: la obediencia.  Ellos han dirigido el proceso hasta este momento y, como ha dicho muy bien Fielden, se nos acusa ostensiblemente de asesinos, para poder condenarnos como anarquistas.  Pero, ¿qué es el socialismo o la anarquía?  Brevemente definido, es el derecho de los productores al uso libre e igual de los instrumentos de trabajo y el derecho al producto de su labor.  La Historia de la Humanidad es progresiva y al mismo tiempo evolucionista y revolucionaria.  La línea divisoria entre evolución y revolución jamás ha podido ser determinada.  El nacimiento es una revolución; su proceso de desarrollo, la evolución.  Sé muy bien lo que hice o dije y de nada de ello tengo por qué arrepentirme en este momento".


      "¿En qué consiste mi crimen?  - pregunta George Engel ante los jueces, y se contesta - :En que he trabajado en pro del establecimiento de un sistema social en que sea imposible el hecho de que mientras unos amontonan millones beneficiándose de las máquinas, otros caen en la degradación y en la miseria.  Así como el aire y el agua son libres para todos, así la tierra y las Invenciones de los científicos deben ser utilizadas en beneficio de todos.  Vuestras leyes están en oposición con las de la Naturaleza y mediante ellas robáis a las masas el derecho a la vida y al bienestar.  Yo no combato individualmente a los capitalistas; combato al sistema que da el privilegio.  Mi más ardiente deseo es que los trabajadores sepan quiénes son sus enemigos y quiénes sus amigos.  Todo lo demás, empezando por lo que aquí ocurre, lo desprecio.  Desprecio el poder de un gobierno inicuo con sus espías y sus polizontes.  No tengo más que decir".



        "Yo creo como Buckle, como Payne, como Jefferson, Spencer y otros grandes pensadores del siglo -sostiene Auguste Spies-, que el estado de castas y clases, donde unas clases viven a expensas del trabajo de otras clases - es decir, lo que vosotros llamáis orden -; yo creo, sí, que esta forma bárbara de organización social con sus robos y crímenes legalizados está próxima a desaparecer y dejará pronto paso a una sociedad libre, a una asociación voluntaria, o hermandad universal si lo preferís. Podéis, pues, sentenciarme a muerte, honorables jueces, pero al menos que se sepa que en Illinois ocho hombres fueron sentenciados a la última pena por creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el triunfo final de la Libertad y la Justicia"


SIETE CONDENAS DE MUERTE

        No flaquea en ningún momento el ánimo de los ocho hombres que la oligarquía de Chicago sienta en el banquillo de los acusados.  Son George Engel, Samuel Fielden, Adolphe Fischer, Louis Ling, Oscar B. Neebe, Albert R. Parsons, Mlchel Schwab y Auguste Theodore Spies, ocho trabajadores de convicciones firmes, sólida cultura y moral Indesmayable.  Todas las argucias y maniobras de sus adversarios no bastan para probar la participación de uno solo de ellos en la preparación o estallido de la plaza de Haymarket.  Sin embargo, y como nadie ignora, el episodio sangriento en que se les quiere mezclar, no pasa de ser un pretexto.  El crimen imperdonable de los inculpados no estriba en manipular artefactos explosivos, sino algo cien veces más peligroso para quienes les juzgan: orientar a las masas trabajadoras para conseguir mejores condiciones de vida y trabajo; ser militantes destacados del movimiento obrero y haber desencadenado una batalla - que fatalmente acabarán ganando - por la jornada legal máxima de ocho horas de trabajo.



       No se produce ninguna sorpresa en el desarrollo del juicio; todo se desarrolla en la forma prevista por quienes lo han preparado.  Aquí no se producen las dramáticas alteraciones gratas a los folletinistas policíacos, en cuyas confortadoras tramas triunfa siempre al final la virtud para que lectores o espectadores puedan irse a dormir con la conciencia tranquila.  En este juicio famoso y trascendental, cada uno cumple de manera escrupulosa el papel que tiene asignado y el resultado final complace plenamente a sus organizadores.  Importa poco que la culpabilidad de los acusados en un crimen no pueda probarse, especilamente cuando reconocen con altanería su intervención en otro mayor, aunque no aparezca penado por las leyes vigentes. Tampoco cubrir los formulismos legales, permitiendo hablar a los procesados, cuando se tiene en las manos todos los resortes legales y se sabe de antemano que jurados y jueces acabarán condenándoles, digan lo que digan.  Ni siquiera se teme que sus palabras produzcan demasiado escándalo, puesto que la gran prensa esté en contra suya y sus palabras no serán recogidas ni divulgadas, suprimidos definitivamente los modestos semanarios dirigidos porParsons y Spies.



      Con un desprecio absoluto por cuanto se ha probado y dejado de probar durante la vista de la causa, los miembros del jurado van contestando a las preguntas que se les formulan en la forma que tienen prevista desde antes de iniciarse las sesiones.  De acuerdo con su veredicto, los jueces dictan la sentencia, esperada también desde el primer instante.  Siete de los ocho acusados son condenados a morir en la horca.  Únicamente la vida de Oscar B. Neebe es perdonada a cambio de cumplir


        Un encierro presidiarlo de muchos años.  Cuando el juez le pregunta sí tiene algo que decir,Oscar responde sincero y digno:


      "Me apena que no me ahorquéis como a mis compañeros, porque es preferible la muerte rápida en la horca a la muerte lenta en que vivimos los trabajadores.  No tengo más que una súplica que haceros: dejadme participar en la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos!

Altivo y sereno, Auguste Theodore Spies sostiene por su parte:

  
       "Si la muerte es la pena que imponéis a quienes dicen la verdad, estoy dispuesto a pagar con mi vida haberla proclamado.  ¡Ahorcadme! La verdad crucificada en Sócrates, en Cristo, en Giordano Bruno, en Juan Huss, en Campanela, vive todavía; estos y otros muchos nos han precedido en el pasado, ¡Nosotros estamos dispuestos a seguirles!"

      "Mantengo íntegra mí fe revolucionaria, frente a las ideas represivas de este tribunal que me condena a muerte -sostiene Michel Schwab-, Se acercan los tiempos en que los explotados reclamen sus derechos a los explotadores; en que campesinos y obreros se rebelen contra la burguesía de hoy; contra una sociedad Injusta, donde para vivir la mujer tiene que vender su honor y el hombre su voto."


   "Si creéis que matándonos - afirma Fischer - aniquiláis a los anarquistas y a la anarquía, estáis en un error; porque los anarquistas están siempre dispuestos a morir por sus principios, pero éstos son inmortales".


       No hay en sus palabras claudicaciones, imploraciones ni súplicas.  Se encaran sin debilidades con el destino que les aguarda y proclaman su confianza en el triunfo final de sus ideales.  El último en hablar es Parsons.  Director del semanario "Alarm" es, quizá, el hombre de mayor entereza y preparación del grupo.  Está en libertad cuando se inicia el proceso, por haber burlado con habilidad a cuantos se lanzaron en su persecución.  Pero al comenzar la vista de la causa, considera su deber compartir la suerte de sus camaradas y se presenta espontáneamente para ocupar su puesto en el banquillo de los acusados.



         Albert R. Parsons es un magnífico orador.  Sabe perfectamente que será inútil cuanto diga para modificar su sentencia o convencer de su inocencia a quienes le juzgan y le han condenado de antemano.  No lo intenta ni lo pretende, pero sus palabras tienen como único destinatario al proletariado de Chicago.  Habla sereno y digno durante ocho horas, haciendo una crítica demoledora del sistema capitalista americano y una encendida defensa de los trabajadores.  La jornada de ocho horas por la que luchan y por la que personalmente van a morir quienes comparecen en este proceso como acusados, no es el fin de una larga marcha hacia la libertad, sino un simple paso hacia adelante.  La lucha aún será difícil, enconada y dramática.  Pero la liberación de los oprimidos justifica de sobra todos los sacrificios.


       Por elocuentes que sean los discursos, no bastan - y los interesados lo saben - para hacer variar las intenciones de sus adversarios.  La sentencia queda en pie, con toda su carga de injusticias.



EL SILENCIO Y LAS VOCES

        La oligarquía de Chicago puede darse por satisfecha al ver condenados a morir en la horca a los más destacados militantes obreros.  Hay, no obstante, quien se da cuenta sin tardanza de que la actitud y la muerte de los condenados puede ser una bandera de propaganda en manos de las organizaciones obreras.  Más beneficioso incluso que su desaparición física sería el hundimiento moral, el desprestigio y deshonor de todos ellos.  Sobre los siete hombres que tienen ante sí la más sombría de las perspectivas, llueven peticiones, consejos y presiones de todas clases.  Muchos esperan que con tal de librarse de la horca que les esperan, algunos no vacilen en abjurar y renegar de sus ideas, imploren humildemente el perdón del gobernador de Illinois y vayan a pudrirse y morir en vergonzoso silencio en cualquier lejana penitenciaría.  La misma prensa, que les insulta a diario, que ha colaborado eficazmente en su condena, se lo indica ahora.  Incluso oficiosamente se les comunica la plena seguridad de que el perdón les será otoga-do en cuanto lo soliciten.  Dándose perfecta cuenta de la intención de sus enemigos de clase, los interesados rechazan enérgicamente tales sugerencias.

     
       "Solicitar el perdón, pedir que se nos rebaje la pena - responde Parsons, expresando su propio pensamiento y el de sus compañeros - sería reconocer que somos culpables, que la burguesía tiene razón al condenarnos, cosa que ni es cierta ni estamos dispuestos a admitir.  Somos inocentes.  Nuestro único delito consiste en ser socialistas.  Si se nos condena por ello ¡que nos ahorquen!"


      Ni uno solo de los siete solícita clemencia.  Más aún, cuando se enteran de que millares de trabajadores, no sólo de Chicago e Illinois, sino de todos los estados de la costa atlántica, han pedido su perdón, escriben al gobernador rechazando de antemano toda medida de clemencia.  No obstante, el propio gobernador, un tanto avergonzado por la farsa del proceso y de sus posibles consecuencias, salta por encima del parecer de sus asesores, indultando a dos de los condenados.  Contra su voluntad y deseos, Fielden Schwab se ven privados de compartir la suerte de sus compañeros, rebajada su pena a la de trabajos forzados a perpetuidad.  (Pocos años más tarde, Fielden y Schwab, en unión de Neebe y Schanbenel - este último condenado en rebeldía -, son indultados por completo, reconociéndose oficialmente la monstruosidad jurídica del proceso de Chicago.  Pero esta reparación tardía no puede devolver la vida a los muertos ni el ímpetu reivindicativo que merced a ellos habían logrado los trabajadores de una ciudad que será presa fácil para Colosimo, Torrio, Acardo y Capone, que llega a erigirse en campeón del anticomunismo en los días de su máximo y sangriento esplendor.)



       El 11 de noviembre de 1886 ahorcan a cuatro de los condenados, ya que Louis Ling se suicida la víspera de la ejecución con una cápsula de mercurio.  Los cuatro condenados pasan juntos la noche del 10 al 11, conversando serenamente y escribiendo algunas cartas de despedida.  Ninguno da muestras de inquietud o temor al tener que enfrentarse con la muerte.  Conducidos al patíbulo, Spies grita, cuando ya tiene la cuerda en torno al cuello:


    "Tiempo vendrá en que nuestro silencio será más fuerte que las voces que ahora tratáis de sofocar con la muerte".





JORNADA DE PROTESTA Y REIVINDICACIÓN

  
    Contra lo que esperan y desean los enemigos del movimiento obrero, las ejecuciones de Chicago dan un nuevo y formidable impulso a la lucha obrera por la jornada legal de ocho horas.  La fecha del primero de mayo tiene en adelante un claro significado protestatario y reivindicativo.  Sirve para que los trabajadores organizados recuenten sus efectivos, evoquen a los compañeros caídos a lo largo de la ruta y centupliquen sus esfuerzos por conseguir una plena satisfacción a sus justas demandas.  


      Tres años después de la tragedia, en el Congreso constitutivo de la II Internacional, se aprueba por aclamación una propuesta que dice textualmente:

       "Se organizará una gran manifestación internacional en fecha fija, de manera que en todos los países y en todas las ciudades a la vez, el mismo día, los trabaja dores exijan a los poderes públicos la reducción legal de la jornada de trabajo a ocho horas".  Para esa manifestación se elige la fecha del Primero de Mayo en una enmienda que dice: "Dado que tal manifestación ha sido decidida ya para el 1 de mayo de 1890 por la American Federation of Labour, en su congreso de diciembre de 1888 en Salnt-Louis, se adopta esa fecha para la manifestación Internacional".

       Durante seis lustros, la jornada del Primero de Mayo tiene un significado de aspiración y lucha.  En 1919 sufre una radical transformación al convertirse de día de combate en Fiesta del Trabajo.  La alteración se debe no sólo a que la jornada de ocho horas ha sido ya conseguida en casi todos los países avanzados - en España es legal en Barcelona desde 1916 y en todo el país para la industria del vidrio desde 1917-, sino también a que una Conferencia Internacional reunida en Washington declara que en  adelante no pasará de ocho horas la duración máxima de la jornada laboral.


       Es un paso firme hacia adelante del proletariado organizado, pero ya no constituye la meta final del largo camino emprendido cien años antes.  La penosa marcha coronada por el éxito ha costado la vida a millares de trabajadores de todos los países y latitudes caídos en el fragor de la lucha.  Entre ellos, en prlmerísimo término, los sindicalistas ejecutados en Chicago el 11 de noviembre de 1886, cuyo sacrificio se sigue conmemorando con la fiesta delPrimero de Mayo.  


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