viernes, 30 de marzo de 2012
Se equivoca el Gobierno. Se equivoca si ayer no quiso interpretar lo que pasó.
CANARIAS AHORA
Se equivoca el Gobierno. Se equivoca si ayer no quiso interpretar lo que pasó.
Se equivoca si no apreció el alcance de una huelga general convocada y celebrada prácticamente dentro de los primeros cien días de gestión.
Se equivoca si prefirió contar diez donde había cien, mil donde había diez mil.
Se equivoca el Gobierno si lo fía todo a los 10 millones que le votaron, porque la inmensa mayoría que lo hicieron y la otra inmensa mayoría que ni siquiera fue a votar hace cuatro meses, se considera ahora engañada por un Gobierno que primero miente y, acto seguido, profundiza en los mismos errores que llevaron al gobierno anterior al mayor varapalo electoral de la historiad del PSOE.
Se equivoca Mariano Rajoy y se equivocan sus ministros perseverando en el error de creer que todavía los ciudadanos están culpando a Zapatero de la crisis, de la prima de riesgo, del montante de la deuda y del insoportable paro que sufrimos.
Y se equivoca si cree que están calando los mensajes de la prensa del régimen que proclama cada día, de manera machacona y casi psicópata, que esta reforma laboral es buena para España, que va a crear empleo después de destruir 630.000, ¿o será también mentira que las previsiones son esas cuando en realidad rebasaremos los 6 millones de parados cuando acabe este terrible año de 2012?
La huelga general de ayer no fue un fracaso.
En todo caso no fue un fracaso de los sindicatos, una de las víctimas elegidas por los responsables de esta crisis para allanar el camino hacia la desregulación total de las relaciones laborales, en su empeño de hacer tabla rasa con todos los derechos tan duramente conquistados.
Porque con esta reforma, en vigor desde hace más de un mes, ni se crea empleo ni se calman los mercados.
Los sindicatos triunfaron ayer porque frente al empeño de los 10 millones de votos lograron movilizar hacia la protesta a un país desencantado, acogotado por la crisis, pero sobre todo temeroso de las consecuencias que pueda tener para cada uno ejercer derechos como el de la huelga que este gobierno y sus acólitos amenazan con restringir al grito de “España no ser lo puede permitir”.
Lo que no se puede permitir España, en realidad, es un Gobierno que le mienta, que prometa no bajar impuestos y lo haga en su primer consejo de ministros; no se merece un gobierno que jure que no subirá la luz y lo haga dos meses después; no se puede permitir un gobierno que siga pensando exclusivamente en los que más tiene y cargue el peso de la crisis en los que ni la provocaron ni tienen espaldas para resistirla; España no se puede permitir un Gobierno que se niegue a negociar con los agentes sociales amparándose en que las urnas le dieron legitimidad para hacer lo que le venga en gana al Partido Popular o a los mercados.
Lo que no se puede permitir un país como el nuestro es un Gobierno que desprecie lo ocurrido ayer en las industrias, en las empresas y en las calles. Porque pretender minimizarlo es hacer un patético ridículo en los tiempos en que la comunicación camina mucho más rápido que las estrategias de agitación y propaganda, más rápido que las televisiones manipuladas o los editorialistas de la caverna.
Lo que no se puede permitir un país roto por la crisis, desangrándose con el desempleo, es un gobierno arrogante que hoy mismo, este mismo viernes, se disponga a apalancarse precisamente en la misma deriva ultraliberal que provocó esta crisis, con sus dos recesiones y camino de la tercera.
Se equivoca este Gobierno si cree que los ciudadanos solo podemos hablar cada cuatro años.
Ayer hablaron los ciudadanos, hablaron los sindicatos, los parados y los trabajadores; hablaron las calles, las asociaciones sociales, los estudiantes y los funcionarios. Habló un país que se resiste a callarse paralizado por el miedo.
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