miércoles, 17 de octubre de 2012
Un repaso didáctico a los factores que nos han conducido a la actual tragedia.
"El catt con la FUERZA DE LA RAZÓN"
CANARIAS SEMANAL
En el año 1986, la burocracia de Bruselas - escribe nuestro colaborador Manuel Medina - consideró que el "pedigree democrático" de España ya había sido convenientemente depurado de los residuos del fascismo. Ya nos encontrábamos en condiciones de entrar en la Unión Europea. Sin embargo, Bruselas nos advirtió que aunque se sentían muy felices con nuestra participación en Feria de los Mercados europeos, la admisión no se podía realizar a cambio de nada. Había que pagar un alto precio... Ese es, justamente, el que hoy estamos abonando.
Desde la década de los 60 el Régimen de Franco realizó las primeras tentativas de acercamiento a lo que entonces conociamos con el nombre del Mercado Común. La burguesía española se ahogaba en los estrechos marcos de la economía autárquica franquista. Su desarrollo exigía un nuevo ámbito de relaciones comerciales, para el que la rígida estructura de la dictadura constituía un serio obstáculo.
Durante años los tecnócratas de la secta católica del Opus Dei - los ministros franquistas Ullastres, López Rodó, López Bravo etc. - estuvieron mendigando en los zaguanes del Mercado Común la entrada de España en esa institución económica del capitalismo europeo. Pero el lastre histórico que arrastraba la dictadura de Franco - sus crímenes y sus complicidades con los regímenes fascistas de Hitler y Mussolini- no ofrecía una carta de credenciales idónea para presentar a la opinión pública europea. Pese a los reiterados intentos de ir más allá, el franquismo sólo logró con la CEE acuerdos comerciales puntuales.
Cuando, por fin, en el año 1986, la burocracia de Bruselas consideró que el"pedigree democrático" de España ya había sido convenientemente depurado, aunque todavía perviviera el legado de la dictadura en la monarquía borbónica que impuso como herencia, los partenairesfundadores del selecto club autorizaron el ingreso de España.
Sin embargo, la burocracia de Bruselas advirtió que aunque se sentían muy felices del nuevo ingreso en la Feria de los Mercados europeos, la admisión no se podía realizar a cambio de nada. Los fundadores del invento nos advirtieron de que habría que pagar un alto precio, y cumplir una serie de rigurosas reglas, para entrar en el selecto Club de los poderosos.
Comenzaron dejando muy claro que en aquella Europa capitalista las funcionesestaban ya definitivamente distribuidas. A Alemania y a otros países del Norte europeo, por derecho natural y porque habían sido los padres fundadores del artilugio, les corresponderían las tareas relacionadas con la industria y la transformación manufacturera.
El entonces presidente del gobierno español, Felipe González Márquez, aceptóel compromiso y procedió al desmantelamiento industrial del país que entonces ocupaba el 11º lugar en el ranking de las potencias industriales del planeta. El socialdemócrata González procedió al desmontaje de los Altos hornos, la Siderurgia y los Astilleros. Aquella operación salvaje fue denominada eufemísticamente por el Ejecutivo español con el engañoso nombre de "reconversión industrial".
La drástica operación requería, desde luego, de una cirugía no menos brutal. AGonzález, líder de un partido que entre sus siglas portaba la O, de obrero, y la S de socialista, no se le movió el entrecejo a la hora de poner en la calle a centenares de miles de asalariados, reprimir duramente la protesta social,ocasionando en las refriegas resultantes algunos muertos. La"reconversión" tuvo, ciertamente, un alto coste humano para la clase trabajadora. Sin embargo, nuestras conciencias fueron acalladas con el argumento de que resultaba imprescindible para el progreso del país. Callamos, y en las siguientes elecciones volvimos a votar por los que con puño de acero nos habían abierto las puertas del "paraíso" europeo.
El ministro de Economía de entonces, Carlos Solchaga, hijo de uno de los militares sublevados en 1936, llegó a afirmar que no tenía nada de malo que España, en la división europea de la producción, se convirtiera en el "asilo"turístico de los ancianos europeos.
Nuestra nueva función en el mundo se redujo a la explotación de "recursosnaturales" tan pintorescos como el clima, el sol, el tipismo, los toros, el flamenco y nuestra congénita simpatía. Simultáneamente, el Gobierno socialdemócrata acababa con la industria lechera de Asturias, con la vid de Andalucía y con los plátanos y tomates canarios. Entre las prohibiciones que se nos habían impuesto figuraban las de no competir con la industria láctea holandesa, ni con los vinos italianos y mantener una actitud de respeto a los acuerdos internacionales contraídos por los países de la Unión con terceras partes. Era doloroso pero - nos consolaban - a cambio nos habían dado entrada en el alucinante mundo de la Comunidad Europea. Con la concesión de esta codiciada franquicia íbamos a acabar de un plumazo - nos prometían - con todos nuestros complejos seculares. Dejábamos atrás, pues, la Inquisición, la España de pandereta y el celebérrimo "¡que inventen ellos!" de Don Miguel de Unamuno. El Estado español abría sus puertas, definitivamente, a la modernidad.
Como los alemanes fabricaban automóviles, y éstos requieren autovías parapoder circular, se nos proporcionó la posibilidad de obtener subvenciones, a través de los llamados fondos europeos, que nos permitirían poner a punto nuestras decimonónicas carreteras y comprar masivamente y a crédito las flamantes marcas automovilísticas teutonas.
Como nuestra mano de obra era considerablemente más barata que la del resto de Europa, la industria alemana ensayó lo que hoy es una práctica generalizada de los países capitalistas: la deslocalización de sus empresas . En un espectáculo muy similar al que en los años 50 parodiara el film de Berlanga "Bienvenido Mister Marshall", el gobierno, las instituciones españolas, los sindicatos, las organizaciones políticas que se reclamaban de izquierdas y, también, la mayoría de los españoles dimos la bienvenida a las fábricas de montajes provenientes de la Europa millonaria. Ellos conseguían nuestra baratísima mano de obra y nosotros, como compensación, obteníamos puestos de trabajo en un país en el que las cifras de parados comenzaron a alcanzar números millonarios.
Dado que en España no se contaba con suficientes capitales para financiar loque iba a ser el explosivo boom de la construcción inmobiliaria, los bancos alemanes comenzaron también a prestarnos "generosamente" sus capitales sobrantes. Esa mágica operación les permitió incrementar su propio proceso de acumulación capitalista y a nosotros, de paso, nos metió de lleno en aquella borrachera enloquecedora que hoy conocemos como la "burbuja inmobiliaria".
Después de un vertiginoso "crecimiento" de casi dos décadas un serio percance financiero en Wall Street dejó al descubierto todo el falso andamiaje sobre el que estaba montado nuestro fantasmagórico desarrollo. El tsunami de la crisis se extendió, en efecto, por toda Europa, pero España deja a la vista de todos sus impúdicas imposturas. La crisis económica barrió en un santiamén los frágiles pilares sobre los que se sostenía nuestra economía de ficción y pelotazo.
El epílogo de esta historia, contada en 10 puntos, sigue siendo tan dramáticocomo cada una de las secuencias que la componen. Hoy, "el amigo alemán" retorna solícito y exigente en nuestra "ayuda". Acude a nuestro "rescate". No con la intención de reparar los desastrosos efectos de su anterior política económica con la periférica España, haciendo posible que circule el crédito hasta la economía productiva, sino con la intención de que los capitales que preste se destinen a la Banca española para que ésta, a su vez, pueda restituir las deudas contraídas con la Banca alemana. Naturalmente, quienes pagaremos esos préstamos vamos a ser, una vez más, los asalariados, los parados, los funcionarios, los pequeños comerciantes, los pensionistas... En realidad, lo que la feroz representante de los intereses de la burguesía alemanaAngela Merkel pretende no es rescatar a "nuestros" bancos, sino garantizar que el conjunto de los contribuyentes españoles rescatemos a la Banca germana a costa de la mutilación de nuestras prestaciones sociales, la precarización de nuestra Sanidad y la Educación, del los desahucios, del paro, el hambre, lamiseria y una pavorosa crisis social.
Algún día, las futuras generaciones - si éstas llegan a existir en el turbulentomundo que se avecina - se interrogarán acerca de cómo fue posible que los ciudadanos del Estado español pudieran ser víctimas colectivas de un gigantesco fraude politico y económico que ha durado nada menos que tres décadas. Difícilmente podrán entenderlo si a nuestras explicaciones no añadimos los factores que han acompañado este proceso en el curso de los últimos treinta años.
Etiquetas:
CRISIS ECONÓMICA,
GOBIERNO DE ESPAÑA,
REFORMA LABORAL
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