miércoles, 22 de octubre de 2014
A propósito de ciertas declaraciones del Director General de Global - Todo problema de deuda encarna una encrucijada moral.
"El catt con la FUERZA DE LA RAZÓN"
Cada colapso económico trae una demanda de perdón de la deuda. Los ingresos necesarios para devolver los créditos se evaporan y los activos utilizados como garantías han perdido su valor. Los acreedores demandan su parte, los deudores claman por un alivio. Todo problema de deuda encarna una encrucijada moral, tal y como analiza el economista Robert Sidelsky en The Project Syndicate.
Desde que comenzó la crisis, el excesivo endeudamiento, tanto público como privado, se ha convertido en una carga cada vez más pesada y un lastre para la recuperación económica de buena parte del mundo. Además, la propia dinámica de la crisis ha hecho que las distinciones entre deuda pública y privada se hayan borrado en cierta manera.
Esto ha sido provocado por los rescates bancarios. En casos como el de Irlanda, Grecia o incluso España, el mal estado de la banca y la expectativa de un rescate hizo temer por la propia solvencia de los países a los que pertenecían esas entidades. De ahí los esfuerzos de la Eurozona de separar el riesgo de las entidades del riesgo de los países, algo que los mercados tardaron en apreciar.
Una de las consecuencias de los rescates bancarios fue un aumento de la deuda pública, con reestructuraciones incluidas. Las maltrechas finanzas estatales fueron la principal justificación de las políticas de austeridad que han prolongado la crisis, justifica Sidelsky, profesor emérito de Política Económica de la Universidad de Warwick y miembro de la Academia Británica de historia y economía.
Esta situación no es nueva. Los conflictos entre acreedores y deudores han sido un problema desde los tiempos de Babilonia. La ortodoxia siempre ha defendido los derechos sagrados del acreedor, mientras que la necesidad política ha pedido habitualmente un respiro para los deudores. Quién gana en cualquiera de estas situaciones depende tanto de los problemas de los acreedores como de la fuerza de cada una de las partes.
Entre medias de este conflicto siempre se ha situado la moralidad. Los acreedores, en nombre de su derecho a ser repagados, históricamente han creado tantos obstáculos legales y políticos para evitar el impago como han podido. Y para ello han insistido en duras sanciones (que podían llegar a la esclavitud) para los deudores que cometieran impago.
La moral, sin embargo, no siempre ha estado del lado de los acreedores, recuerda el académico. En el Nuevo Testamento, deuda significa pecado, pero a pesar de ello, Mateo apoya la absolución: "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores". De hecho, hay una gran resistencia social a las sanciones que implican pérdida de la propiedad, lo que significa que las ejecuciones y los embargos casi nunca se han llevado al extremo.
A lo largo de la historia, la posición de los acreedores también ha sido protegida por figuras como la prohibición de la usura, esto es, aplicar tipos de interés excesivamente altos. De hecho, la política de los bancos centrales desde 2009 es un ejemplo de esfuerzos para proteger a los deudores (hipotecados que ven bajar sus cuotas o gobiernos que necesitan financiarse).
La verdad es que la relación entre acreedores y deudores no implica ninguna ley de hierro moral, simplemente es una relación social que siempre debe ser negociada. Cuando se afronta el problema solo con precisión numérica e inflexibilidad, el conflicto y la penuria aparecen pronto.
La moraleja de este conflicto recurrente sobre la deuda no es que se deje de prestar dinero, ya que sin la deuda la humanidad no habría avanzado del modo en que lo ha hecho. Sidelsky propone que tanto la demanda como la oferta de crédito se limiten a lo que una economía sea capaz de producir. Sin embargo, cómo hacerlo manteniendo la libertad de empresa es una de las grandes cuestiones sin resolver de la política económica.
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